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"Lo importante es recuperar el vínculo con los que no están"

En su libro “¿Quién te creés que sos?“, la escritora argentina Ángela Urondo Raboy reconstruye la historia del asesinato de su padre, el poeta y periodista Francisco “Paco” Urondo, la desaparición de su madre, Alicia Raboy, y también la suya, a los 11 meses, a manos de las fuerzas represivas de la dictadura militar (1976-1983).
DW. - Paco Urondo dirigía la regional Cuyo de la agrupación Montoneros en la ciudad de Mendoza.
En una minuciosa labor de reconstrucción de su árbol genealógico y, con él, de la memoria de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura de la Junta Militar en Argentina, Ángela Urondo crea una trama en la que se entrelazan actas policiales, veredictos judiciales y testimonios crudos de esa época con textos íntimos y poéticos en los que la autora trata de entender quiénes fueron sus padres, a los que apenas conoció, de darles voz. Pero descubre a medida que escribe que ella también fue víctima de la represión.

Ángela vivía con sus padres adoptivos y a los 20 años supo la verdad. Esa verdad que fue descubriendo de a poco empieza a tomar forma y en su narración cuestiona el significado de las palabras para poder nombrar de alguna forma lo innombrable: el horror y el dolor.
Ángela Urondo Raboy
firma ejemplares de su libro
en la Universidad de Colonia.
Su narrativa se inscribe en la literatura de los hijos de desaparecidos cuyas obras son crónica y testimonio de los crímenes de lesa humanidad y de la memoria histórica reciente, que trazan el derrotero de esa búsqueda y dejan un legado para que estos crímenes jamás vuelvan a repetirse. Deutsche Welle habló con la autora en el marco del encuentro internacional de escritores “Juventud bajo la dictadura” - en el que participaron escritores argentinos y alemanes- organizado por Katharina Niemeyer y Victoria Torres, del Departamento de Romanística de la Universidad de Colonia.

Deutsche Welle: ¿Cuál es el impulso que genera este libro?

Ángela Urondo Raboy: Este libro tiene que ver con el horror de lo indecible, de lo imposible de traducir en palabras, del horror de la dictadura y del impacto que tiene la dictadura en la infancia, y sobre la memoria inmadura que guardamos los niños a los que nos tocó atravesar una situación represiva grave. Y no hablo solo de la dictadura argentina, sino que pienso en la universalidad de la violencia del Estado, que se repite en muchos lugares en el mundo y no se circunscribe solo a Argentina en 1976, sino que va más allá.

¿Cómo fue recuperar su identidad y saber que su padre fue el escritor Paco Urondo?

Yo recuperé a mi papá, no al escritor. Él es una figura popular, y cuando lo leo hoy, además de poder conocerlo sin intermediarios, veo que sus textos tienen un valor premonitorio.
 Me encanta como escribe, pero a mí eso se suma a mi subjetividad, no a mi literatura.
 Para mí, papá es papá. Mi madre es mucho más arquetípica de la desaparición forzada en Argentina. Eran personas muy jóvenes, como ella, que tenía 28 años. Ella es una persona anónima, como tantos NN víctimas del genocidio.
 En cambio, cuando despareció mi papá, escritores como Jean-Paul Sartre y Marguerite Duras sacaron solicitadas para que apareciera. Él era un preso político. Sobre mi madre, que era periodista, también hice un largo recorrido para recuperarla a través de los artículos que escribía para el diario Noticias.
 Este libro, “¿Quién te creés que sos?”, representa la supervivencia a la tragedia. Uno no queda inmerso en la tragedia; no se convierte en la tragedia sino que queda significado por ella y por todo lo que hizo para emerger de la tragedia. El enojo y el resentimiento han sido desplazados por la voluntad de darles vida a mis padres, y mis hijos los hacen abuelos.
 Lo más importante es eso: la recuperación del vínculo con los que no están.

¿Qué fue lo que marcó su forma de escribir en medio de esta búsqueda de su identidad?

Ángela Urondo Raboy (dcha.) lee su obra
en la Universidad de Colonia. (20.10.2015).
Yo soy dibujante, ilustradora. Es mi herramienta natural. En este libro -que antes fue un blog y que fue mi primera experiencia de narración a conciencia- sentí por primera vez que buscaba la palabra como herramienta. Y eso tenía que ver con tratar de entender.
 No tuve una búsqueda literaria para contarle mi historia a la humanidad. Lo que hice fue buscar palabras para explicarme a mí misma algo que no tiene explicación y encontrar el sentido de convivir con preguntas que sabemos que no tendrán respuestas.
 Parece que la búsqueda de la palabra viene a acompañar esos vacíos, no a llenarlos, sino a acompañarlos. Es una historia que tiene 40 años y esta búsqueda tiene que ver con explicarnos, con acompañarnos y con convivir con las preguntas aún abiertas.

¿Cómo fue escribir el libro mientras se desarrollaba un juicio por lesa humanidad?

Tuve en claro que dejaba en manos de la Justicia todo lo que tenía que ver con la Justicia. No tuve necesidad de hacer un homenaje solemne a la figura de los padres o de los desaparecidos, ni nada de eso.
 Pero mientras los juicios estaban en marcha, pasó algo muy movilizador: la tragedia personal sale de la casa familiar y se transforma en una tragedia colectiva. Me di cuenta de que lo que me pasó a mí le pasó también a todo mi país. En los juicios empezaron a aparecer testimonios de otros niños.

¿Cómo impacta esto en usted?

Uno no llora por su propia tragedia. Se conmueve por lo que le pasa a los demás. Hubo chicos secuestrados en el mismo lugar en el que yo estuve, con pocas semanas de diferencia. Cuando uno se entera de que hubo chicos que fueron violados, torturados, secuestrados, entonces se sabe cuál fue el tratamiento que el genocidio argentino le dio a la infancia.
 Sufrí un impacto enorme y me di cuenta de que nosotros también fuimos víctimas directas de la dictadura, que la represión fue contra los grandes y contra los niños por igual. Y además produce un fenómeno transitivo y generacional a través del cual eso, que se sociabilizaba en el ámbito privado, se hace consciente.
 Al pasar al marco jurídico, esas historias terminan de hilarse, y ese es el valor de los juicios. Más allá de lo jurídico, permiten la reconstrucción de historias y la toma de conciencia de lo sucedido.
 A medida que la Justicia va llegando a abordar o a intentar reparar hechos tan graves y trágicos como los asesinatos y las desapariciones de personas, aparecen otras cosas que también están ahí.
 Pérdidas terribles para los niños, como tener que abandonar el hogar, los libros, las mascotas, solo pueden ser opacadas por la desaparición de los padres.
 Pero una vez que esas desapariciones llegan a manos de la Justicia y salen del ámbito privado, se vuelvne parte de todos, y uno puede empezar a hacer reclamos por otras cosas: por el nombre, la identidad, lo que se perdió, y también lo que le hicieron a los niños, a los sobrevivientes.

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