El inicio de su gobierno está marcado por la devastación mundial provocada por la pandemia de coronavirus.
El presidente electo de Bolivia, Luis Arce, comienza un gobierno de cinco años plagado de desafíos, principalmente por la crisis económica que padece el país como resultado de la pandemia de coronavirus, y por las dudas que todavía existen sobre la forma en que fortalecerá su liderazgo para alejar la sombra de su antecesor, Evo Morales.
A ello se suma la fragmentación social que existe en el país y que, de nuevo, quedó en evidencia en las elecciones del 18 de octubre, ya que en el rico departamento de Santa Cruz ganó Luis Fernando Camacho, un líder de ultraderecha que fue uno de los principales impulsores del golpe de Estado que terminó con el gobierno de Morales.
Ahí, el partido Creemos, con el que Camacho se postuló por primera vez a las elecciones, ganó con el 45 % de los votos frente al 36,17 % que logró el Movimiento al Socialismo (MAS). No es un detalle menor, porque Santa Cruz aporta más del 30 % del Producto Interno Bruto (PIB) y es una de las regiones en donde la izquierda ha tenido siempre una mayor oposición.
El ultraderechista Luis Fernando Camacho, rodeado de sus seguidores, tras el golpe de Estado contra Evo Morales, La Paz, 10 de noviembre de 2020. Carlos Garcia Rawlins-Reuters |
Ello y el tono conciliador del discurso del presidente electo, que ha rechazado venganzas en contra de quienes derrocaron a Morales, pueden ayudar a difuminar la crispación social y los climas de violencia que padecieron los bolivianos durante el último año.
La difícil situación económica
La recuperación económica de Bolivia será uno de los principales desafíos de Arce.
El panorama es muy complicado, porque la pandemia derrumbó las previsiones de crecimiento en todo el mundo. En el caso particular de Bolivia, el Fondo Monetario Internacional ya predijo que durante 2020 el PIB tendrá una caída de 7,9 %. Los datos oficiales del país así lo confirman, ya que en el primer semestre de este año acumuló un derrumbe del 10 %.
Se estima que este año habrá por lo menos un millón más de pobres en Bolivia.
La crisis sanitaria, que aquí ha dejado un saldo de 8.672 muertos y 141.124 contagios, evidenció además la precariedad de los servicios médicos y la pobreza que, si bien se redujo drásticamente durante los 13 años de gobierno de Evo Morales, todavía mantiene altos índices.
Arce llega con un caudal de confianza, ya que como ministro de Economía de Morales fue responsable de que el PIB aumentara de 9.500 a 40.000 millones de dólares en poco más de una década. El aumento de recursos sirvió para poner en marcha un exitoso programa que logró bajar la pobreza del 60 % al 37 %. La economía, además, registró un crecimiento del 4,8 % anual. Y más de tres millones de bolivianos pasaron de la pobreza a la clase media.
Pero la dictadura de Áñez, la inestabilidad política y la pandemia se mezclaron para retroceder en todos los campos.
Junto con la caída de la economía, en Bolivia se estima que este año habrá por lo menos un millón más de pobres. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) ya calculó que la pobreza extrema pasará del 12,9 % al 16,8 %. El desempleo, en tanto, ya aumentó del 6,6 % al 10,5 % en los primeros nueve meses de 2020.
Gente compra alimentos en un puesto en La Paz, Bolivia, 16 de octubre de 2020. David Mercado/Reuters |
A ello se le suman otros problemas que se venían acentuando durante el gobierno de Morales, ya que en los últimos seis años el déficit fiscal fue en promedio del 7,0 %, las reservas se redujeron de 15.000 a 6.000 millones de dólares y la deuda externa ya representa el 28 % del PIB.
Esta es una de las razones por las que, durante la campaña, Arce advirtió que Bolivia no pagará durante algunos años la deuda externa, ya que solo así contará con recursos para atender la pandemia y la crisis económica en general, además de que aplicará un impuesto a las grandes fortunas que también se ha debatido en otros países.
El liderazgo y la OEA
Las especulaciones sobre quién gobernará verdaderamente Bolivia, si Arce o Morales, surgieron desde que el exministro de Economía fue electo candidato y se reforzaron ahora que ya ganó las elecciones.
Después de la contundente victoria del MAS, ambos descartaron en múltiples entrevistas un posible "doble comando" o "el poder detrás del poder" que tanto vaticinan sobre todo sus rivales.
"Evo no tendrá ningún papel en nuestro gobierno, soy yo quien decide quién forma parte de la administración y quién no", afirmó Arce el día de su triunfo. "No buscaré ningún cargo", ha asegurado Morales en reiteradas ocasiones ante la incógnita que desata el papel que jugará a partir de ahora, sobre todo porque mantiene un permanente protagonismo en los medios y en las redes sociales.
Arce y Choquehuanca van a comenzar a gobernar con la ventaja de que el MAS también ganó la mayoría en el Congreso: 75 de 130 diputaciones y 21 de 36 senadurías.
En el proceso de reestructuración de poder del MAS, jugará un papel central el excanciller David Choquehuanca, hoy vicepresidente electo, quien representa a sectores más distantes a Morales.
Arce y Choquehuanca, quienes asumirán el próximo 8 de noviembre, van a comenzar a gobernar con la ventaja de que el MAS también ganó la mayoría en el Congreso: 75 de 130 diputaciones y 21 de 36 senadurías.
El expresidente, quien sigue asilado en Argentina, reveló que quiere volver al país para dedicarse a la agricultura, pero para ello primero tendrá que resolver las causas judiciales que enfrenta, la mayoría interpuestas por el gobierno de facto.
Por lo pronto, la semana pasada la Justicia boliviana suspendió la orden de detención que había en su contra y anuló la imputación por "sedición" y "terrorismo" que le había adjudicado Áñez.
En el plano externo, la cruzada que comparten Arce y Morales es la exigencia para que Luis Almagro sea expulsado del cargo de secretario general de la Organización de Estados Americanos por haber jugado un papel fundamental que agravó la crisis institucional que padeció Bolivia y que incluyó un golpe de Estado y la imposición de una dictadura que, cuando asuma el nuevo presidente, habrá durado casi un año.