muhimu-VALERIA
HIRALDO.- La ética
budista se
fundamenta en los principios de no
ocasionar daño (ahimsa) y la moderación: no
reprimir ni tampoco aferrarse a nada. Según las enseñanzas
budistas, los principios éticos están determinados por el hecho de
si una acción cualquiera podría tener una consecuencia
dañina o perjudicial para
uno mismo o para otros. En el budismo se utiliza la expresión
de mente
hábil, que
es aquella que evita todas las acciones propensas a causar
sufrimiento o remordimiento.
Buda
no pretendía fundar una religión cuando originalmente
desarrolló su doctrina. De hecho, las
enseñanzas de Buda preceden a la palabra religión en
el sentido que tiene en el mundo contemporáneo, en no menos de cinco
siglos. Por otra parte, puesto que excluye creencias y rituales, dos
componentes fundamentales de cualquier credo, el
budismo pragmático no puede ser considerado como una religión, sino
como una filosofía.
A
veces es complicado explicar estos principios, pero las parábolas
nos ayudan a entender algunos de los más complejos. Dentro de los
textos del Majjhima Nikaya, La
flecha envenenada es
una de las que directamente le atribuye a Buda. Gautama
Buda utilizó
esta enseñanza durante un encuentro con su discípulo. Al verlo tan
impaciente por escuchar sus respuestas sobre las grandes preguntas
sin respuestas,
le contó esta historia:
“Hubo una vez un hombre que fue herido por una flecha envenenada. Sus familiares y amigos querían procurarle un médico, pero el enfermo se negaba, diciendo que antes quería saber el nombre del hombre que lo había herido, la casta a la que pertenecía y su lugar de origen. Quería saber también si ese hombre era alto, si era fuerte, tenía la tez clara u oscura y también deseaba conocer con qué tipo de arco le había disparado. Necesitaba saber también si la cuerda del arco estaba hecha de bambú, de cáñamo o de seda. Insistía en que necesitaba saber si la pluma de la flecha provenía de un halcón, de un buitre o de un pavo real… Y preguntándose si el arco que había sido usado para dispararle era un arco común, uno curvo o uno de adelfa y todo tipo de información similar, el hombre murió sin ni siquiera llegar a saber las respuestas“.
Esta
sencilla parábola pretende que todos podamos ser conscientes de algo
evidente: lo
absurdo que resulta la actitud del hombre herido. Pero
su enseñanza es algo más compleja: reside en entender que
habitualmente nos comportamos así, pero no
somos conscientes de esta actitud.
Todos somos ese hombre herido preocupado por preguntas que a veces
nos alejan de la vida.
Recuerda que todos estamos heridos, todos estamos muriendo y, sin embargo, centramos nuestras energías en cosas irrelevantes que nos desvían del camino de realización personal.