De la selva a la China: La fiebre balsera

“La verdad, es una cosa loca ver a tanta gente llegar por la balsa. Tantas canoas, tantas personas. Todas insistiendo en comprar y ofreciendo plata”. El interlocutor es Tiyua Uyunkar, presidente de la Nacionalidad Achuar del Ecuador (NAE), quien no encuentra más palabras para dimensionar la sacudida que ha sufrido su territorio durante el último año. “Al comienzo empezaron a comprar la pata (árbol) a un dólar. Ahorita puede llegar hasta cincuenta. Igual pagan. Algunas comunidades entregaron toda una isla gigante por un peke-peke (embarcación de motor pequeño). Es una pena”, dice consternado sobre los otrora parches verdes que se dibujaban en el trayecto del río Pastaza.

—¿De cuánto estamos hablando en una isla?

—“De unos 3.000, 4.000 árboles... a cambio de un motor sencillo de 900 dólares”.

El fenómeno que describe Uyunkar ocurre en Copataza, una comunidad indígena enclavada al borde del afluente de igual nombre que pocos metros más adelante desemboca en el majestuoso río Pastaza, en la provincia de Pastaza. Una cancha, unas cuantas casas de tabla y una pista de aterrizaje de avionetas, que hasta hace poco más de un año eran la única vía de transporte directo al sitio, destacan a primera vista. Pero a medida que uno se acerca a la orilla, aparecen pilas de tablones de balsa, camiones con placas de distintos lugares del país y estructuras improvisadas de caña y plástico que hacen de comedores para alimentar a cientos de madereros que por allí transitan. Todo sobre una explanada rellena de material pétreo, en lo que constituye uno de los puertos fluviales más concurridos de la Amazonía ecuatoriana.

En diciembre de 2019, tras terminar de construir una carretera de 55 kilómetros que conecta a Copataza con la capital provincial, Puyo, y desde allí con todo el país, el lugar se convirtió en un punto clave para la explotación y comercialización irregular de madera de balsa. Por un lado, por la facilidad de acceso vehicular, y, por el otro, por su ubicación estratégica a un paso del río Pastaza, desde donde se puede acceder de forma fluvial a la mayoría de las 89 comunidades selváticas que conforman el pueblo achuar, distribuidas en un territorio comunitario de 785.000 hectáreas donde viven alrededor de 9.000 personas. La nueva vía ha servido para acortar los viajes esporádicos de los Achuar a Puyo en busca de provisiones. Pero principalmente, para facilitar el ingreso de intermediarios madereros que vienen recorriendo las aldeas ubicadas a ambos lados del río para convencer a sus pobladores de venderles toda la balsa que encuentran a su paso. “Desde el comienzo, llegaban mostrando fajos de billetes”, coinciden algunos comuneros entrevistados en la zona.

La balsa es una madera ligera, flexible y durable altamente demandada en la industria aeroespacial, automotriz y náutica. Y, más recientemente, en la energética, donde es empleada en la generación eólica, en particular en la fabricación de aspas que giran en gigantescos molinos de viento y que pueden medir hasta 120 metros de longitud si se ubican en instalaciones offshore, como se denomina a los complejos sobre el mar. Durante 2020 el interés por ella creció aceleradamente y despertó un boom en Ecuador, el principal país exportador de esta madera. Un boom aupado por China, cuyo gobierno ofreció beneficios fiscales a fábricas y manufacturas para que migren su modelo energético basado tradicionalmente en el carbón hacia las energías renovables.

Madera de balsa exportada desde Ecuador, por países.

- China 360.376

- Estados Unidos 31.767
- Dinamarca 11.400

- Polonia 9.215
- Turquía 6.974
– India 6.386
- España 6.061
- Lituania 5.521
- Alemania 5.142

– Brasil 4.583
- Francia 1.914

- Países Bajos 372
- Reino Unido 158
– Sudáfrica 147
- Italia 120
- Noruega 117
- Bélgica 106

- Emiratos Árabes Unidos 53
– Eslovaquia 51

- Australia 44
– Japón 26
– Tailandia 23

– Chile 3
– Eslovenia 2
– Suiza 1

450.561 m3 Entre enero y noviembre de 2020

La balsa desplazó al banano como el segundo producto ecuatoriano no petrolero más demandado en China y septuplicó su participación en las exportaciones totales a ese país, al pasar del 2 por ciento en 2019 al 14 por ciento en 2020, según Gustavo Cárdenas, vocero de la Cámara de Comercio Ecuatoriano-China.

Lo paradójico es que esta política merecedora de reconocimiento está causando estragos en el ecosistema amazónico del que hacen parte los codiciados árboles de balsa, que crecen de forma natural en los márgenes del río Pastaza y sus afluentes. También en las islas que se han formado en medio de su cauce. A diferencia de las plantaciones forestales, donde un árbol tarda apenas tres años y ocho meses para llegar a las condiciones para ser talado, es decir, 22 metros de altura y 32 centímetros de diámetro, los que se encuentran en el Amazonas alcanzan el doble de tamaño y grosor, y viven durante muchos años convirtiéndose en hábitat de varias especies de aves. Estos últimos, se volvieron el objetivo de los madereros por su altísima cotización en el mercado. “Si al comienzo los exportadores les pagaban a los intermediarios 15 dólares por un árbol de balsa de la Amazonía, luego, por su tamaño, llegaron a pagarles hasta 150 dólares”, asegura Ramón del Pino, gerente general de Plantabal, la mayor productora y exportadora de esta madera en Ecuador. Mientras, los precios que dan esos intermediarios a los indígenas en sus comunidades son caóticos y hasta irrisorios: desde un dólar por árbol cuando comenzó la fiebre maderera hasta 50 dólares ahora que escasean y que los pueblos originarios han aprendido a negociar. Incluso hubo momentos en los que se vendían por lotes (el total de árboles de una isla) y cada uno salía a 22 centavos de dólar.

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