Facebook se puso en la mira a raíz de las revelaciones de que dejó
filtrar datos de decenas de millones de usuarios a la firma británica Cambridge
Analytica, que los puso al servicio de sus clientes en campañas
políticas. No por tratarse de la primera denuncia sino por la resonancia
alcanzada y sus implicaciones como plataforma que se presta a la manipulación
política, como sería el caso durante las elecciones presidenciales
estadounidense en 2016. En la última semana de septiembre esta firma
registró un nuevo revés: unas 50 millones de cuentas fueron pirateadas por una
falla de seguridad.
Google ha sido reiteradamente denunciado por alterar los resultados del
servicio de búsquedas que ofrece para beneficiarse comercialmente o para
promover una ideología determinada desde el momento en que, desde su arbitrio,
puede disponer qué se puede ver y en qué orden, y qué descarta o censura.
Aunque la empresa lo niega, en julio 2018 la Unión Europea le impone una multa
de USD 5 mil millones por haber incumplido con ciertas leyes antimonopólicas al
haber manipulado los algoritmos de búsquedas para favorecer al servicio de
compras corporativo de su propiedad. Para el Dr. Robert Epstein,
investigador del American Institute for Behavioral Research and Technology,
cerca del 25% de las elecciones nacionales en el mundo son decididas por Google[1].
Ante estos acontecimientos, la cobertura mediática corporativa se ha
empeñado en presentarlos como hechos aleatorios, siendo que revelan un gran
problema de fondo: la imbricación de las grandes empresas en Internet con el
modelo de vigilancia imperante, con severas implicaciones sobre la vida
democrática y la vida social en general, no solo por lo que están haciendo sino
por lo que pueden hacer en el futuro.
En razón de estos escándalos, de alguna medida se ha fragilizado el mito
de la neutralidad que las redes digitales predominantes buscan fomentar.
Y por lo mismo, no solo que están aflorando importantes preguntas sobre la
privacidad y la vigilancia en Internet, sobre la supervisión democrática de
estas plataformas, sino que también se está abriendo la oportunidad para
discutir la implementación de regulaciones de las redes digitales, siendo que a
otros medios si se las aplican. La cuestión es: ¿con qué sentido y
alcance? Por lo mismo, vale señalar algunos elementos de contexto.
Expansión del campo comunicacional
En tanto factor básico de las relaciones humanas, la comunicación
constituye un componente ineludible de toda actividad social, por lo que toda
dinámica social presupone un proceso comunicacional. Con el
desenvolvimiento de los medios de comunicación y su institucionalización, los
procesos comunicacionales han registrado cambios profundos e
irreversibles. Tan es así que es muy común que se pierda de vista que los
medios apenas son un componente de los procesos de comunicación y no el proceso
mismo.
Esta trayectoria no solo señala la posibilidad de contar cada vez más
con nuevos conductos para transmitir mensajes, sino la constitución de
instancias que acumulan poder en la medida que -al afectar el proceso de
producción, almacenamiento y circulación de información y contenido simbólico-
se tornan gravitantes en la construcción del entorno cultural. De ahí que
la comunicación es uno de los factores que históricamente la modernidad
capitalista ha conjugado con el cambio sociopolítico y crecimiento económico.
Específicamente, los medios de difusión asumen un rol fundamental en los
procesos de consumo (expandir mercados), y como negocios ellos mismos priorizan
la ampliación de audiencias (mercancía primaria) por encima de la calidad y
responsabilidad social, de ahí el creciente peso del entretenimiento. Al
tiempo que desempeñan un papel ideológico y de disciplinamiento social clave.
Con el vertiginoso desarrollo registrado por la comunicación en el mundo
contemporáneo y su impacto en todos los órdenes de la vida, de más en más se
están irradiando sus prerrogativas para asumir una serie de roles de control
social que antes desempeñaban otras instituciones (partidos, escuelas,
iglesias, etc.). Una de las secuelas de este reordenamiento es la
creciente importancia de la opinión pública en tanto espacio para dirimir los
conflictos sociales y políticos. Lo cual, entre otras cosas, ha conducido
a una ampliación del campo comunicacional, con actividades como el marketing,
los sondeos de opinión, el manejo de imagen, etc., que exigen un tratamiento
multidisciplinario.
Pero a la vez, asistimos a una acelerada conformación de grandes
conglomerados estrechamente articulados al sistema corporativo financiero,
industrial y militar. Proceso que se acelera con el desarrollo de las
nuevas tecnologías de información y comunicación (NTICs), cuya cara emblemática
es Internet, en la medida que contribuyen a apuntalar el nuevo ciclo de
acumulación del capital, corporativo y transnacional, denominado
“globalización”. Como también por el impacto que alcanzan en la vida
cotidiana de las personas.
Esto es, permiten que se expanda el espacio geográfico subordinado a la
acumulación capitalista, incorporando nuevos territorios y poblaciones, y que
se acorte el tiempo de acumulación o ciclo del capital, acelerando el circuito
producción, circulación y realización de bienes y servicios. Y así, por
primera vez, la lógica capitalista se extiende a las relaciones sociales en
todo el planeta.
Y en esta dinámica ya están en camino la Internet de las cosas, las
cadenas de bloques y la inteligencia artificial. Al tiempo que las
empresas de mayor peso en este sector (principalmente las llamadas GAFAM:
Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) ya ocupan los primeros lugares de
valoración en la bolsa.
Configuración reticular
Otro de los fenómenos de la sociedad contemporánea es el relativo a las
“redes” como modalidad para establecer interacciones y actuar socialmente, con
alto grado de flexibilidad, horizontalidad e interconectividad. Esta
forma de articulación reticular precede a la llegada de la Internet, pero con
ésta se profundiza su alcance, velocidad y complejidad.
A diferencia de las estructuras piramidales, organizadas en niveles
jerárquicos, donde los niveles intermedios se encargan del enlace entre la
dirección y la base, para el funcionamiento en red son las interacciones y
flujos de información entre los diversos componentes que adquieren un valor
sustantivo para su accionar y desarrollo. Y esto porque entre ellos se
establece una horizontalidad de las relaciones con la particularidad que cada
cual puede decidir sobre sus propias acciones, pero no sobre las de los otros.
Debido a esta configuración reticular basada en la horizontalidad y
reciprocidad, las redes no solo son capaces de congregar a componentes
heterogéneos (organizaciones formales e informales, estructuradas
jerárquicamente o no, etc.), sino que también pueden expandirse por todos los
lados, con un carácter multiplicador que resulta por esa capacidad de articular
acciones diversificadas, múltiples, repetitivas, etc. para el cumplimiento de
los objetivos comunes. Mas no se trata de una simple sumatoria de acciones,
pues de por medio está ese proceso de construcción colectiva de objetivos
comunes que le da un sentido propio e innovador, sin que esto implique que sus
diversos componentes pasen a pensar y actuar de la misma manera. De
hecho, por tratarse precisamente de una modalidad organizativa donde cada
componente preserva su autonomía, la diversidad constituye un factor de
potenciamiento del conjunto[2].
Si bien la forma en red de la organización social ha existido en otros
tiempos y espacios, lo nuevo radica en su expansión al conjunto de la
estructura social, por lo que la lógica de red ha pasado a ser un elemento
estructurante del mundo contemporáneo. En tal sentido, las nuevas
tecnologías de información y comunicación (NTICs), además de abrir nuevas
posibilidades en el plano de la comunicación, sustentan nuevas lógicas
organizativas en el ámbito de la producción, que paulatinamente se extienden a
la sociedad en su conjunto.
El usuario como producto transable
Vale precisar que si bien Internet nació en el ámbito militar de los
Estados Unidos, como un arma más de la Guerra Fría, su impulso inicial tiene
lugar en el marco de iniciativas académicas y ciudadanas que le imprimen el
carácter de un sistema descentralizado, horizontal y abierto.
Específicamente, es en 1969 que aparece la primera red funcional, Arpanet,
luego que un grupo de profesores y estudiantes de la Universidad de Los Ángeles
logra el primer intercambio de mensajes "en línea" con sus pares de
la Universidad de Stanford. Una década después se inicia el ciclo de
Internet, aunque para su despliegue debió esperar la llegada de la interface
gráfica hoy conocida como WWW (World Wide Web), que se da a inicios de los ‘90.
A partir de entonces se inicia un paulatino giro respecto a la
concepción inicial de quienes diseñaron Internet como un medio ciudadano no
comercial, pues los grupos corporativos irrumpen para imponer una lógica de
rentabilidad que pasa por la anulación de la privacidad en la Red con la
incorporación de protocolos de vigilancia, para poder rastrear la actividad de
las personas en Internet y establecer perfiles con sus datos personales
(identidad, relaciones, gustos, afinidades, etc.).
O sea, de un esquema inicial radicalmente descentralizado se pasa
paulatinamente a una estructura altamente centralizada donde la información
queda en pocas manos. Y es precisamente esta información que se convierte
en la mina de oro para negociar con el mejor postor y, por tanto, consolidar su
propio poder; en connivencia con los estamentos de seguridad policial y
militar. Y tan es así que ahora empresas comerciales o políticas pueden
enviar mensajes propagandísticos específicos a segmentos demográficos con alta
probabilidad de éxito y, consecuentemente, con efecto multiplicador.
Es en este contexto que tiene lugar la expansión de las llamadas redes
sociales digitales, que en rigor son plataformas empresariales que permiten
intercambios en línea, potenciando la dimensión relacional de
la comunicación, donde los usuarios/as se convierten en los soportes clave para
su supervivencia; un mecanismo de explotación del trabajo de usuarios, que se
complementa con la apropiación de los datos que estos usuarios ofrecen y cuya
venta está a la base del gran negocio. Y es por eso que cada empresa se
empeña para que la gente utilice su plataforma con la mayor frecuencia posible,
porque al fin de cuentas el usuario es el producto transable.
Y aquí radica una de las contradicciones clave que se expresa
actualmente en el mundo Internet: la lógica de commodity y de ganancia máxima
que tales empresas buscan imponer, frente a la capacidad de Internet para
potenciar comunidad; esto es: Internet como parte de los bienes comunes.
Cabe acotar que esa dimensión relacional de la comunicación, que implica
reconocimiento, estima, etc., en tales plataformas digitales se la encuadra
bajo los parámetros ideológicos predominantes pautados por el consumismo, la
competitividad, el individualismo como valores de superación y residual
convivencia social, bajo un ambiente altamente emotivo. Por tanto, con
una exacerbación de las percepciones ya que cómo se percibe un conflicto puede
pesar más que el conflicto mismo.
Y es por este camino que llegamos al fenómeno del “fake news”, puesto
que tales plataformas se prestan con mucha facilidad para el reparto de
rumores, afirmaciones no verificadas, tergiversaciones o mentiras; capacidad
que se multiplica aún más con el uso de bots y cuentas de usuarios ficticios,
combinado o no con algoritmos, que se explota para fines políticos.
En suma, para decirlo en palabras del Colectivo Promotor del Foro Social
Internet: “La primera generación de corporaciones transnacionales basadas en
Internet y en los medios de comunicación social ha sido acusada, no sin razón,
de debilitar la identidad colectiva, conspirar contra el sentimiento de
privacidad y reducir la capacidad de acción del ciudadano o incluso del
consumidor”[3].
Osvaldo León, comunicólogo ecuatoriano, es Director
de América Latina en Movimiento que
edita ALAI.
[3] Hacia un Foro Social de Internet: Por qué
el futuro de Internet necesita movimientos de justicia social, octubre
2016.
Artículo
publicado en la Revista América Latina en Movimiento:
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