La Unión Europea no es
la única instancia criticada por sus acciones y omisiones de cara a los
refugiados afganos, iraquíes, libios y sirios que intentan llegar al territorio
comunitario, huyendo de los conflictos armados que afligen a sus países.
También
sus aliados americanos están siendo objeto de duros reproches. Muchos acusan a
Estados Unidos de ignorar las obligaciones morales que adquirió después de
haber desestabilizado el Medio Oriente y el Magreb con sus intervenciones
militares. Y, tras la publicación de las dramáticas fotografías de Aylan Kurdi,
crece la presión sobre el Gobierno canadiense para que acoja a miles de sirios
a corto plazo.
Pero, ¿qué hay de los
Estados al sur del Río Bravo? ¿Están ellos en capacidad de abrirle sus puertas
a decenas de miles de personas desplazadas por la violencia prevalente en sus
países de origen? “Cuando existe la voluntad política para ello, siempre se
encuentran posibilidades para hacerlo”, comenta Luicy Pedroza, del Instituto
Alemán de Estudios Globales y Regionales (GIGA), trayendo a colación el caso de
México en los años treinta y cuarenta del siglo pasado. “En aquella época, el
Estado mexicano atravesaba una situación muy difícil también y aun así invirtió
recursos considerables para recibir a muchos refugiados españoles”.