Cubanet
- Jorge Ángel Pérez. LA
HABANA, Cuba.- Muchas cosas distinguen a Fernando y entre ellas están
sus apellidos; el primero de ellos es Pérez, idéntico al que lucía
Leonor, la madre de José Martí, Valdés es el segundo, como el de
Cecilia, esa mulata a la que retrató Villaverde en su novela del
mismo nombre y que se convirtió en uno de nuestros más grandes
monumentos literarios.
Si atendemos entonces a estos apelativos no
quedarán dudas de que Fernando tiene grandes y cubanísimas
distinciones; pero este hombre es también un artista universal y su
obra cinematográfica da prueba de
ello; Clandestinos, Madagascar, Suite
Habana, José
Martí, el ojo del canario,
están entre sus filmes más vistos y premiados, pero Últimos
días en La Habana,
su más reciente obra, y que ha dejado enormes secuelas en el público
de la isla, es ahora la razón para que conversemos con Fernando
Pérez Valdés:
- Cuando
supe que se estrenaría una película suya con el título Últimos
días en La Habana,
pensé de inmediato en un poema de Dulce María Loynaz; no pude
evitarlo y volví a leer Últimos
días de una casa.
¿Algo tiene que ver su película con el poema?
- Ojalá
lo tuviera, en el sentido de la poesía, porque conozco ese libro de
Dulce María Loynaz y lo estimo muchísimo, pero no fue una
intención, no fue un propósito.
Si se lograra, a partir del
resultado que tuvo Últimos
días en La Habana como
imagen y como historia que se cuenta de los días de hoy en mi ciudad
pues yo estaría muy feliz de que esto ocurriera.
Aunque pienso que
el lenguaje de Últimos
días en La Habana aspira
a ser un lenguaje muy realista, es una película muy narrativa donde
el espacio para las metáforas y para las imágenes poéticas está
muy reducido.
Es una película que busca más esa narratividad.
- Un
viejo solar, un desvencijado e insalubre espacio en el centro mismo
de la ciudad, “protege” a los protagonistas. Allí vivirán sus
últimos días en La Habana. ¿Por qué escogió ese lugar?
-La
Habana es una ciudad muy diversa, hay muchas Habanas, y habrá muchas
Habanas porque ese es el movimiento eterno, el eterno cambio, pero
vuelvo a esta Habana porque siento que es la más representativa,
porque es la más popular, aunque no puedo dar un porcentaje
específico, eso requeriría una investigación sociológica; que
existen, las hay, pero no las he consultado.
Yo creo que gran parte
de los habaneros viven así y en ese espacio es donde se puede
encontrar un termómetro, la temperatura más diversa y más
significativa de nuestra sociedad de hoy y de nuestra ciudad.
Es un
espacio, un entorno, al cual yo acudí hace quince años, en el 2003,
cuando filmé Suite
Habana,
con un contexto muy similar en este documental al espacio en el
que Últimos
días en La Habana se
desarrolla.
Lo que pasa es que transcurrieron quince años, y, aunque
el entorno sigue bastante parecido, tuvo cambios; pero más que en la
infraestructura material, en los valores y las actitudes de los
personajes, y ahí es donde está focalizada la mirada de Últimos
días en La Habana.
- Creo
que ese solar que es también personaje, y quizá héroe, resulta
centro imantado… ¿Acaso lo supone una metáfora de la nación?
- Aunque
la historia principal de la película es la amistad de sus dos
protagonistas, Diego y Miguel, a partir de sus diferencias, sí es un
propósito de la película, y para mi adquiere un valor muy
importante, el contexto en que se desarrolla, y ese solar imantado,
que está en tu pregunta creo que tiene la atracción de poderse
convertir en una metáfora de generalizaciones mayores.
Y no
aspiraría a ser la metáfora de la nación, pero sí quisiera que
estos personajes fueran representativos de las individualidades, de
esas múltiples individualidades que viven el día a día y son
totalmente desconocidas.
Eso es lo que me motiva a hacer este tipo de
películas.
-En
sus películas anteriores los personajes no tienen “obsesiones tan
evidentemente opuestas” como las que existen ahora entre Miguel y
Diego. ¿Le resultó cómodo poner a dialogar a dos personajes tan
“diametralmente” opuestos; un enfermo que no puede salir del
país, o que no quiere, frente a un hombre “sano” a quien no le
interesa otra cosa que no sea escapar?
- La
contradicción de Diego y Miguel me resultaba atractiva desde el
primer momento porque el conflicto es el que mueve el desarrollo de
la narración, de la historia, y Diego, siendo un personaje inmóvil,
está en pleno movimiento.
Su mente, sus ideas, su corazón, su vida;
avanza, vive, aunque en los momentos de soledad también sufre la
angustia de saber que no puede ir más allá de lo que provoca su
imaginación.
Y, en el caso de Miguel, teniendo la posibilidad de
avanzar, de cambiar; sin embargo está detenido en sí mismo, en su
coraza, que le impide abrirse al mundo que lo rodea.
Ese trabajo con
los actores de lograr, sobre todo que Miguel expresara la “no
expresividad” y que Diego expresara en el exceso la posibilidad de
moverse en su lecho tranquilo fue un trabajo muy cuidado entre
Patricio Wood y Jorge Martínez.
Creo que a ellos les debo la
posibilidad de que el carácter de esos dos personajes fuera
reflejado en la película.
- ¿Cómo
reaccionaría un Miguel tan obsesionado con la fuga, si antes de ese
final que ya conocemos, hubiera conseguido llegar a la frontera con
México o salvar el espacio que lo separa, por mar, de la Florida,
enterándose al llegar de que la política de “pies secos, pies
mojados” había dejado de existir?
- ¿Cómo
yo me imaginaría a Miguel ante una situación como esta? Si tuviera
que escribir ese desenlace en un hipotético guion de Últimos
días en La Habana,
yo creo que el Miguel de mi película estaría esperando siempre por
la llegada metódica, establecida, de la visa y no se arriesgaría a
otros procesos menos seguros.
Lo que sí daría para otras, y
múltiples, películas son las historias de muchas individualidades
—las conozco— que se han quedado de pronto, a partir de que ya ha
dejado de existir la política de “pies secos, pies mojados”, se
han quedado en una tierra de nadie.
Muchos de ellos con el sueño de
poder emigrar, y lograr incorporarse a lo que esta política
permitía, han vendido todas sus propiedades, han dejado todo, han
dejado sus casas y de pronto se han quedado en un limbo que es
realmente dramático y triste.
Eso refleja cómo a veces, o
generalmente, los grandes acontecimientos políticos ignoran los
pequeños dramas de los individuos y, por supuesto eso es tema de
muchísimas otras películas.
- ¿Es
intencionado que el personaje que en su película quiera marcharse se
llame Diego, como aquel que Gutiérrez Alea y Senel Paz diseñaron
para Fresa
y Chocolate?
- Sí,
totalmente. La película le debe mucho a esa obra emblemática del
cine cubano realizada por Titón, Senel y Juan Carlos Tabío, que
es Fresa
y chocolate,
y por eso el personaje protagónico lleva el nombre de Diego, que es
el mismo nombre del de Jorge Perugorría en Fresa
y chocolate.
Ese homenaje expreso va también a Titón, porque mi primera entrada
en un set cinematográfico fue como asistente de dirección en Una
pelea cubana contra los demonios,
y Titón, de alguna manera, ha sido mi primer maestro, y a él le
debo muchísimas cosas de lo que hoy puedo hacer.
Sin embargo, en la
película es un propósito marcar una diferencia con Fresa
y chocolate,
y es el entorno de los personajes.
Si en Fresa
y chocolate Diego
es un intelectual, un artista, un hombre de pensamiento, el Diego
de Últimos
días en La Habana se
mueve en un entorno menos intelectual.
Su preparación no responde a
la del personaje de Fresa
y chocolate,
pero sin embargo sí logra expresar la sensibilidad y esa sabiduría
natural y popular que define al personaje. Eso sí, en la película,
es una intención bien definida.
- Usted
conmovió a la nación con el joven José Julián Martí de su
película El
ojo del canario,
y parece que ahora sucede algo parecido con estos personajes. ¿Cree
que las angustias de Martí, Diego y Miguel se parezcan en algo?
- Yo
pienso que sí, en un sentido general, porque las contradicciones,
los anhelos y las búsquedas de los personajes de Últimos
días en La Habana son
tan humanas como humanas fueron las del joven y niño José Julián
Martí en la película.
Los contextos se diferencian, por supuesto, y
las costumbres y las maneras de expresarlo también.
Más allá de
las posibles coincidencias yo creo que lo más importante, y eso es
lo que me mueve en cada película que hago, es poner al hombre en el
centro, al ser humano más que al hombre, en el centro.
Y creo que,
aunque las épocas sean distintas, aunque las situaciones históricas
se diferencien, aunque a veces incluso los países sean distintos, el
ser humano va siempre a enfrentar los mismos problemas, va a tener
los mismos anhelos, va a tener los mismos principios de comunicación.
Si algo va conmigo siempre es la reflexión que hizo José Martí en
el prólogo que escribió al poema Oda
al Niágara,
y definía lo que lo que para mí es una de las definiciones más
certeras de la condición humana y del individuo.
De ese momento Martí, y no es una cita textual, dice que una vez que nace el individuo, el hombre, el ser humano, ya están rodeando su cuna para ponerle una venda en los ojos; la pasión de los padres, las filosofías, las religiones, los sistemas políticos, y ya a partir de ese momento; el ser humano, el hombre, el individuo comienza ya a ser un caballo embridado que va siempre conducido; alguien le lleva la rienda. Y la verdadera realización del ser humano será cuando la libertad individual se alcance y se produzca.
Siempre, siempre,
siempre, cuando estoy tratando de reflejar los conflictos de los
personajes en mis películas, esa reflexión de Martí va conmigo.