"Fue un acto de
vandalismo sin sentido, un crimen de lesa humanidad.
Debe ser calificado de
este modo, a través de involucrar a todas las instituciones internacionales, la
ONU incluida", aseguró el miembro del Comité parlamentario ruso de Defensa,
Frants Klintsévich, según recoge 'Rossiyskaya Gazeta'. Puntualizó que los
bombardeos no fueron una necesidad bélica y que EE.UU. solo aprovechó la
ocasión para intimidar a la URSS.
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"Imagínense. Si Hitler, entre otros crímenes, hubiera destruido con armas
químicas disponibles en aquella época una serie de ciudades más en Europa,
¿esto no habría formado un punto aparte en los Juicios de Núremberg? Desde
luego que sí, pero los bombardeos atómicos de las ciudades japonesas hasta
ahora no han sido objeto para el tribunal militar internacional", acentuó,
a su vez, el presidente de la Duma Estatal, Serguéi Narýshkin, según recoge el
mismo diario.
"De hecho, EE.UU.
intenta expulsar la memoria sobre Hiroshima y Nagasaki en la periferia del
diálogo en la sociedad y entre los expertos. Sin embargo, sin estas páginas
pesadas, la historia de la humanidad será incompleta y falsa", puntualizó
Narýshkin.
Los dos bombardeos
mataron instantáneamente al menos a 129.000 personas. Sin embargo, el saldo
final de las víctimas mortales no está claro a día de hoy. Se estima que en los
primeros 2-4 meses posteriores, los agudos efectos de los ataques —mayormente, quemaduras
y el síndrome de irradiación aguda— se cobraron entre 90.000 y 166.000 vidas en
Hiroshima y entre 39.000-80.000, en Nagasaki. Las estimaciones de víctimas
fatales de diferentes tipos de cáncer en los años posteriores suelen variar
entre 565 y 1.900.
Mientras tanto, las
autoridades locales dan un número total de bajas algo más alto, casi 450.000
personas: 286.818 en Hiroshima y 162.083 en Nagasaki, según las cifras del
2013. La gran mayoría población civil.
Ambas ciudades eran de
carácter industrial, no tenían ningún centro militar administrativo, destacó
Yuri Nikíforov, de la Academia rusa de las Ciencias Militares, al diario
'Komsomólskaya Pravda'. Esta fue una de las razones porque prácticamente
carecían de sistemas de defensa antiaérea, puntualizó.
Subrayó, además, que
los bombardeos no causaron ningún daño real a las fuerzas militares japonesas.
Las tropas terrestres no perdieron su capacidad bélica, ya que la mayoría de
ellas todavía estaba fuera del país en aquel momento: en China nororiental, Corea
y Vietnam, entre otros.
"Desde el
principio, EE.UU. quería bombardear ciudades de tipo industrial y barrios
residenciales. Querían ver las destrucciones que causaban y cómo quedarían las
víctimas. No fue casualidad que en el bombardeo de Hiroshima, estuvieran otros
aviones más: uno con científicos a bordo, y el otro, con camarógrafos. Otra
motivación fue mostrar al mundo las pretensiones de EE.UU. para la gestión
global en el mundo de postguerra, que EE.UU. ahora es el dueño del
planeta", opinó Nikíforov.
Para el Japón de hoy,
Hiroshima y Nagasaki siguen siendo "una herida sin curar" que el país
siempre recuerda. Sin embargo, en ningún momento Tokio planteó oficialmente la
solicitud de que Washington le pidiera perdón, subrayó.
En parte, es porque
los japoneses lo ven como un castigo por haber desatado la guerra contra
EE.UU., opinó Panov. Además, ven a los estadounidenses como la nación que les
garantizó la seguridad durante la Guerra Fría, les enseñaron la democracia y
contribuyeron a la creación de su nueva estructura económica, comentó.
"Las lecciones no aprendidas de la guerra
nuclear"
"La ilusión de
impunidad puede resultar en unas consecuencias extremadamente graves", la
política actual de EE.UU. conserva la misma idea de "una impecabilidad
propia", tal y como lo muestran sus campañas en la exYugoslavia, Irak, Libia,
Siria y ahora también en Ucrania. El refuerzo del potencial agresivo de los
países de la OTAN combinado con la tergiversación de la historia de la II
Guerra Mundial es una tendencia extremadamente peligrosa.
A pesar de que los
bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, numerosas pruebas nucleares posteriores
mostraron qué efectos devastadores pueden generar las armas atómicas, la
"doctrina insana" de la Destrucción Mutua Asegurada ha pasado por
toda la Guerra Fría, basándose en las garantías de la aniquilación de un
adversario en un primer ataque, destacó el médico y activista antibélico,
Robert F. Dodge, en su columna para el portal Consortiumnews.com, 'Las
lecciones no aprendidas de la guerra nuclear'.
"La doctrina (…)
ha proporcionado una falsa sensación de seguridad para la mayoría de los
civiles que esperan que sus gobiernos sean lo suficientemente sabios para no
atacar a otra potencia nuclear. La fe imprudente en esta doctrina ha sido el
principal impulsor de la carrera armamentista", puntualizó Dodge.
La carrera nuclear a
lo largo de la Guerra Fría, principalmente entre la URSS y EE.UU., llevó a que
a inicios de los años 1970 las armas atómicas fueran almacenadas a tal punto
que, sin contar los medios 'convencionales' de eliminación, a cada ser humano
en la Tierra le corresponderían 15 toneladas de trinitrotolueno, según
estimaciones aproximadas.
Según la cifra del
Instituto Estocolmo de Paz (SIPRI, por sus siglas en inglés), para inicios del
2015, con todos los acuerdos de No Proliferación Nuclear vigentes en el siglo
XXI, en el mundo hay un total aproximado de 15.850 armas atómicas repartidas entre
nueve Estados: EE.UU., Rusia, Reino Unido, Francia, China, la India, Pakistán,
Israel (aunque este no lo admite oficialmente) y Corea del Norte. 4.300 de
estas armas están desplegadas en las fuerzas operacionales y aproximadamente
unas 1.800 se mantienen en estado de alta alerta operacional.
Incluso un limitado
conflicto nuclear regional, por ejemplo entre la India y Pakistán, con el uso
de solo 100 bombas del tamaño de la de Hiroshima, habría matado a unas 20
millones de personas de inmediato y los efectos secundarios, entre
enfermedades, cambio climático y la respectiva hambruna, se cobrarán la vida de
al menos 2.000 millones de personas alrededor del planeta, acentuó Dodge. Este
escenario es válido en caso del uso de menos de un 0,5% de los arsenales
globales de armas atómicas, subraya el columnista.