Comienzan
con un insulto, siguen con amenazas y acaban con agresiones físicas. El
que actúa con violencia es un niño, niña, adolescente o joven, y el que la
recibe, su padre, su madre, su abuelo, su hermano o su educador. Este tipo de
violencia doméstica, llamada violencia filio-parental, va en aumento. En las
siguientes líneas abordamos este problema. Contamos cómo se ejerce y el porqué.
Por
desgracia, cada vez son más frecuentes los casos de violencia filio-parental en
occidente, China y norte de África. "Lamentablemente somos líderes en la
prevalencia del problema, en la cantidad de casos que hay, como en los
estudios, recursos y profesionales que se dedican a ello". Lo reconoce
Roberto Pereira, quien comenta que las denuncias de padres agredidos por sus hijos han
aumentado de manera extraordinaria en los 10 últimos años.
Y eso que
"solo señalan las situaciones más graves, ya que existe una cifra negra
que no se detecta porque no se llega a la denuncia
Hijos que
maltratan a sus padres y madres: cómo lo hacen
El problema
es más habitual de lo que parece. Y es que la violencia filio-parental
no solo son golpes. Los expertos la definen como el conjunto de
conductas violentas reiteradas dirigidas hacia los padres, madres o adultos que
ocupan su lugar. Pueden ser físicas, psicológicas tanto verbal o como no verbal
y económicas. Se manifiesta de diversas maneras: escupir, empujar, golpear,
pegar patadas, dar mordiscos; lanzar objetos, pegar puñetazos en puertas y/o
paredes; intimidación verbal (gritos, amenazas, insultos, humillaciones, etc.);
manipulación; amenazar con matarse y/o huir de casa como forma de obtener lo
que quiere o para controlar a su familia; robar dinero o pertenencias de la
familia o amigos; rotura de objetos apreciados por los padres; contraer deudas
cuyo pago recae en los progenitores; y cualquier otra acción o conducta que
amenace el sentido de bienestar y seguridad de una persona.
Violencia
filio-parental: mal de la sociedad
¿Qué está
pasando? Permanece consolidada esta modalidad
delictiva como un mal endémico de la sociedad, consecuencia de una crisis
profunda de las pautas educativas y de los roles paternofiliales.
En esta
causa coinciden especialistas como Pereira, quien también es psiquiatra y
psicoterapeuta: "La modificación del modelo educativo, pasando de un
modelo jerárquico, distante, autoritario y en vertical a uno más próximo,
horizontal, emocional y de buscar una relación cercana, ha generado un déficit
de autoridad -que no autoritarismo-, que es necesaria para educar, para
transmitir valores y tratar de que lo que se aprende sirva para la convivencia
y las relaciones humanas. Hay padres y educadores que adquieren con más
facilidad esa autoridad, y no tienen problemas para que los hijos o alumnos la
acepten. Pero a otros les cuesta, por carencias personales o de relación,
porque no tienen mucho tiempo... y tienen dificultades para marcar límites,
contener, hacerse respetar... Si tratas de ser amigo o amiga, dejas de ser
padre o madre. A un amigo no le dices lo que crees que tiene que hacer; puedes
aconsejarle o sugerir, pero esa labor no es de padres o educadores".
Pero
hay más factores que concurren. Los padres y madres
pasan menos tiempo en casa por culpa del trabajo o las distancias. Hay más
familias monoparentales, lo que supone menos recursos y tiempo para educar que
si fueran dos. A veces, las dos personas que se dedican a la educación no están
de acuerdo en cómo hacerlo.
Otro tema
es la sobreprotección,
"una enfermedad de nuestro tiempo y que tiene que ver con que los padres
se sienten vigilados con sus actuaciones, sobre si es adecuado lo que les
permiten hacer a sus hijos", apunta Roberto Pereira. La sociedad es más
permisiva con ellos, pues se educa a los niños en sus derechos, pero no en sus
obligaciones, mientras que restrictiva con los padres al reprenderles. Pero,
además, nuestros hijos están continuamente recibiendo mensajes, a través de
videojuegos, películas e Internet, de que la violencia es una buena manera de
resolver los problemas.