Umberto
Eco
Escrito por: Elías Sevilla*. - |
La voz de los maestros Javier Darío Restrepo, considerado por muchos el decano del periodismo en Colombia, aconsejó silencio, sosiego y reflexión ante el reciente fiasco de una figura mediática que renunció a la dirección de LA F. M.
Estas tres tareas también se pueden enmarcar en el planteamiento de otro maestro de los comunicadores, Jesús Martín, quien argumentó que es el momento de repensar a fondo la función mediadora del periodismo.
Ocurrido en los mismos días, el deceso de Umberto Eco es un poderoso motivo adicional para atender al llamado de los dos maestros, pue el pensador italiano dejó lecciones que vale la pena recordar.
Hace unos años, a raíz de la publicación del libro de Richard Posner Public Intellectuals: a Study of Decline, un periódico estadounidense hizo una pregunta que ponía la cuestión en blanco y negro: ¿La celebridad vuelve estúpidos a los intelectuales? ¿Los sabedores, al volverse opinadores y ante la necesidad de mantener la fama, pierden la cordura?
Ciertamente, Eco fue una celebridad y un caso que responde la pregunta negativamente. Con su convicción de que la semiología es la ciencia de la mentira supo sortear, con sutil ironía, cualquier tentación de estupidez.
Pero no se debe confundir la función de los intelectuales públicos con la de los periodistas como mediadores de opinión y canalizadores del saber al que toda sociedad tiene derecho. Aunque las dos funciones se intersectan en el difícil campo de la investigación, el cual, además de precisar eventos, busca el nexo profundo entre ellos.
Periodismo vacío:
El historiador italiano Carlo Ginzburg Foto: Claude TRUONG-NGOC |
Sin embargo, el periodismo de investigación tiene sus particularidades y en Colombia su panorama es incierto y, para algunos, inexistente.
El vacío se llena a veces con videos que convierten en “shows” policiales a los noticieros nacionales o con escenarios para celebridades mediáticas cuyas actuaciones combinan la banalidad con el afán de asegurar el rating.
Entre estos espectáculos, no puedo olvidar “La cosa política” de Vicky Dávila en RCN, no tanto por cierto atuendo que propició la parodia “La loca política” debido a que la presentadora apareció “sin pantalones”, sino por algo más general: la sustitución del análisis que (con mentira, diría Eco) pretendía el título del segmento por un simple espectáculo de actuación.
Saber para opinar
Eco tuvo la sensatez de reconocer límites a la función opinadora de los pensadores, sabedores, intelectuales y filósofos. Son estos quienes en cada sociedad, desde la más sencilla hasta la más enmarañada, saben (o por lo menos sospechan) por dónde, cómo y por qué van las cosas como van.
Ese es el saber que alimenta y depura la opinión, en la famosa distinción de Gaston Bachelard. Eco, además, recogió el legado del pragmatista Charles Sanders Peirce y, en asocio con otro italiano insigne, el historiador Carlo Ginzburg, nos mostró caminos de indagación que llevan al “nexo profundo” de los procesos humanos.
Su método se hace, como lo haría Sherlock Holmes en su peculiar oficio, enhebrando indicios para formar y verificar hipótesis que los especialistas llaman abductivas. Así tratamos de entender las tramas de los eventos humanos, tejidos como están de verdades, medias verdades y mentiras.
Eco supo por tanto de límites. En su columna reciente en El Espectador apuntó al fetichismo que hace pensar que los intelectuales tienen respuestas para todo y sustituyen a otros sabedores prácticos, y con el ejemplo del incendio en un teatro, cuando el poeta debe callar sus versos para atender el llamado del bombero, nos hizo ver que un intelectual no siempre tiene que opinar.
Igual reconocimiento de límites se discute hoy para el periodismo, que tiene mucho poder, así sea por el solo hecho de su control de los medios. En este caso, hay límites no solo en materia ética, que es el tema que hoy entretiene a la opinión pública, sino en el alcance del papel mediador y de su redefinición de nuevos panoramas.
Daniel Coronell también lo recordó en una reciente columna. Con conocimiento de causa, Coronell invitó a superar el fetichismo del periodista como opinador absoluto (y juez inapelable) al que se refería Eco entre intelectuales y filósofos.
El poder implica responsabilidades y en este caso los periodistas tienen en Eco a un maestro que debemos mantener vivo en la memoria.
* Ph. D. en Antropología y profesor titular (jubilado) de la Universidad del Valle, Cali.
El vacío se llena a veces con videos que convierten en “shows” policiales a los noticieros nacionales o con escenarios para celebridades mediáticas cuyas actuaciones combinan la banalidad con el afán de asegurar el rating.
Entre estos espectáculos, no puedo olvidar “La cosa política” de Vicky Dávila en RCN, no tanto por cierto atuendo que propició la parodia “La loca política” debido a que la presentadora apareció “sin pantalones”, sino por algo más general: la sustitución del análisis que (con mentira, diría Eco) pretendía el título del segmento por un simple espectáculo de actuación.
Saber para opinar
Eco tuvo la sensatez de reconocer límites a la función opinadora de los pensadores, sabedores, intelectuales y filósofos. Son estos quienes en cada sociedad, desde la más sencilla hasta la más enmarañada, saben (o por lo menos sospechan) por dónde, cómo y por qué van las cosas como van.
Ese es el saber que alimenta y depura la opinión, en la famosa distinción de Gaston Bachelard. Eco, además, recogió el legado del pragmatista Charles Sanders Peirce y, en asocio con otro italiano insigne, el historiador Carlo Ginzburg, nos mostró caminos de indagación que llevan al “nexo profundo” de los procesos humanos.
Su método se hace, como lo haría Sherlock Holmes en su peculiar oficio, enhebrando indicios para formar y verificar hipótesis que los especialistas llaman abductivas. Así tratamos de entender las tramas de los eventos humanos, tejidos como están de verdades, medias verdades y mentiras.
Eco supo por tanto de límites. En su columna reciente en El Espectador apuntó al fetichismo que hace pensar que los intelectuales tienen respuestas para todo y sustituyen a otros sabedores prácticos, y con el ejemplo del incendio en un teatro, cuando el poeta debe callar sus versos para atender el llamado del bombero, nos hizo ver que un intelectual no siempre tiene que opinar.
Igual reconocimiento de límites se discute hoy para el periodismo, que tiene mucho poder, así sea por el solo hecho de su control de los medios. En este caso, hay límites no solo en materia ética, que es el tema que hoy entretiene a la opinión pública, sino en el alcance del papel mediador y de su redefinición de nuevos panoramas.
Daniel Coronell también lo recordó en una reciente columna. Con conocimiento de causa, Coronell invitó a superar el fetichismo del periodista como opinador absoluto (y juez inapelable) al que se refería Eco entre intelectuales y filósofos.
El poder implica responsabilidades y en este caso los periodistas tienen en Eco a un maestro que debemos mantener vivo en la memoria.
* Ph. D. en Antropología y profesor titular (jubilado) de la Universidad del Valle, Cali.