actualidad rt.- "Mi nombre es Sofía Gatica, viví en Ituzaingó
(barrio periférico de la ciudad de Córdoba) durante más de 20 años.
Mi hija falleció a los tres días de nacimiento, por malformación de riñón,
debido a los agrotóxicos". Así se presenta una de las grandes referentes
en la lucha contra un modelo agrario que mata a decenas de personas cada año y
contamina el medio ambiente.
"Los médicos
no explicaron nada, me
la entregaron muerta y dijeron que la tocara, que estaba
calentita. Esto fue hace 15 años atrás, no había la información que hay
ahora", relata. Aunque se planeaba realizarle una operación, la 'beba' no
aguantó más tiempo con vida. "No sabíamos que los agroquímicos estaban
enfermando a las familias", se lamenta.
La madre vivía a
50 metros de campos
de soja transgénica —modificada genéticamente para
resistir a los herbicidas—, donde "fumigaban a la mañana, tarde y
noche". Se trata de productos que se esparcen en el aire, para evitar que
diversas malezas ataquen los cultivos y arruinen la producción, aunque sus
efectos colaterales atenten contra miles de familias. Sofía investigó y
entendió la base del problema: "A este tipo de soja se le tira glifosato",
menciona: es uno de los potentes productos diseñados para matar agentes
invasivos.
En el año 2009 se inició un juicio en la provincia de Córdoba por
este conflicto y "a los responsables les dieron tres años de prisión y
tareas comunitarias". Los acusados apelaron la resolución, pero "la
Corte Suprema falló a favor de los vecinos hace menos de un mes y la sentencia
quedó firme". Tras la primera condena, "los productores vendieron los
terrenos, se les puso el nombre de 'ecotierras' y se construyeron viviendas
ahí, sobre lo contaminado". ¿Hace falta iniciar un nuevo litigio? Según
cuenta Gatica, no se realizó ningún estudio previo de impacto ambiental.
La postura
judicial no llegó por arte de magia; en el medio hubo protestas,
manifestaciones públicas y
cortes de ruta: "Tras las movilizaciones logramos que
interviniera el Gobierno", resalta. Sobre ello, destaca que en 2010 la
presidenta de aquel entonces, Cristina
Kirchner, ordenó por decreto un estudio para precisar el estado
sanitario de esa zona. "Querían saber por qué se moría esta gente y
determinar si era cierto lo que denunciábamos", explica. El resultado fue
devastador: "Mis hijos tienen entre tres y cuatro agroquímicos en sangre. En
Ituzaingó son 6.000 habitantes, de los cuales el 33 % tenía cáncer y
el 80 % contaba con estos contaminantes en sus organismos". Así las cosas,
Sofía tuvo que abandonar el barrio junto a su familia.
A partir de allí,
se difundió la idea de que "el
barrio era inhabitable" y eso "no le gustó al
Gobierno". Entonces, "se formó otra comisión paralela, donde
participó el ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, y se determinó que
el glifosato no hace nada". Curiosamente, Barañao sigue dirigiendo el
Ministerio en la gestión de Mauricio
Macri.
Palabras más, palabras menos, en Argentina todavía resuena la
frase del histórico expresidente Juan Domingo Perón: para que nada cambie, lo
mejor es crear una comisión.
"Hay que salir
a luchar, si los de abajo se mueven, los de arriba se caen. Nosotros
lo pudimos demostrar", resalta la militante, haciendo referencia al
bloqueo de cuatro años realizado en la planta que la multinacional Monsanto —empresa
dedicada a los agroquímicos— planeaba instalar en Malvinas Argentinas, una
localidad de la misma provincia. "Se tuvieron que ir", celebra, y
rememora la histórica gesta de los activistas. Sin embargo, alerta que en el
país se sigue sosteniendo un "modelo de muerte" y que el Estado aún
negocia con las corporaciones.
La única norma que
se cumple es la ley de la selva
El alza en el
precio de esta oleaginosa en los últimos años desató el denominado 'boom de la soja' y
muchos empresarios se lanzaron a este negocio de altas rentabilidades. Según
un estudio del Instituto
Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), entre los ciclos 2005-2006 y
2015-2016, Argentina pasó de producir 40,5 millones de toneladas a 58,5
millones, un incremento a todas luces notable.
De las casi 37 millones de hectáreas sembradas que existen en el
país, el 55% estaban destinabas a este monocultivo el año pasado. Tres países,
EE.UU., Brasil y Argentina, generan el 80% de granos de soja en todo el planeta,
cuyo principal comprador es China. ¿Qué pasaría si los asiáticos dejaran de
consumir este alimento? El resultado económico podría ser indescriptible,
aunque es poco probable que la relación comercial se termine.
Otras de las
consecuencias de este sistema extractivista son la deforestación de
miles de hectáreas, la expulsión de comunidades indígenas y las posibles inundaciones:
"La conversión de tierras con vegetación perenne, como bosques, pastizales
o pasturas, a cultivos anuales, disminuye el consumo de agua anual y promueve
la recarga y el ascenso de aguas subterráneas, con riesgo de anegamiento",
ha alertado Miguel Taboada, director del Instituto de Suelos del INTA, en
el sitio web del
organismo.
Más inmediatos,
sin embargo, son los temas de las fumigaciones de los campos y su repercución
en la salud de las personas. Y a ese respecto no alcanzaría una nota
periodística para mencionar todas las leyes violadas al sostener ese
modelo agroalimentario. Por citar un ejemplo, el artículo 41 de la Constitución
Nacional argentina establece que "todos los habitantes gozan del derecho a
un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y para que las
actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer
las de las generaciones futuras; y tienen el deber de preservarlo".
Lejos de ello,
"a partir de 2002 y 2003 se empezaron a multiplicar los niños que nacen con
malformaciones". Así lo denuncia Medardo Ávila
Vázquez, un médico pediatra y neonatólogo que dirigió las terapias intensivas
de niños recién nacidos en el Hospital Universitario de Maternidad y
Neonatología de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Es, además, docente
de la Facultad de Ciencias Médicas de esa institución y también coordina la Red
de Médicos de Pueblo Fumigados.
Con la autoridad
que le confiere esa experiencia, afirma: "En Argentina se están
usando 400 millones
de kilos de agrotóxicos, nadie le escapa. En las ciudades
estamos consumiendo alimentos cargados de estas sustancias químicas, pero sin
dudas los pueblos ubicados en zonas de cultivos intensivos de soja y maíz
transgénicos son los más expuestos".