En primer lugar, debemos tener en cuenta que hay un
proceso de enamoramiento que es inconsciente, es decir, que por mucho que nos
mentalicemos y que queramos controlarlo, al final, no podemos escogerlo.
Puedes
tener un esquema mental en el cual aparezca un chico o una mujer con ciertas
características, pero finalmente puedes llegar a enamorarte de alguien
completamente distinto. Generalmente, seguimos patrones, aunque hay factores
que están en unos niveles más profundos y que podemos desconocer.
Para ello debemos remontarnos a nuestras bases
biológicas cómo animales mamíferos que somos. La atracción que sentimos hacía
una persona responde a unas necesidades milenarias de nuestros organismos de
sobrevivir, mantenernos en un grupo/comunidad y dejar descendencia. Con lo cual
hay ciertos atributos generales que vamos a priorizar.
Por ejemplo, tenderemos
a buscar personas parecidas a nosotras /os o a nuestros entornos familiares
(papá y mamá), ya que la familiaridad es una manera de sentirnos seguras/os.
También cualidades como por ejemplo un buen estado físico o de salud pueden ser
determinantes para poder apreciar que nuestra pareja va a ser un buen compañera/o
y con el que vamos a poder disponer de hijas/os sanos. Y luego puede haber
atributos como la posición social que ocupa esa persona que pueden resultarnos
atractivos, ya que son elementos que podemos asociar con recursos que a la vez
nos aporten seguridad y confort.
La visión anterior puede parecer que es más
apropiada del paleolítico, pero realmente nuestro cerebro no ha cambiado en
casi 100.000 años.